Tuve una visita inesperada; la de un capullo con capucha y ojos de color negro azabache. Ni siquiera sé exactamente qué color es el negro azabache. Es que estoy que no estoy.
En fin, vino a verme. Me arrancó el corazón del pecho y se lo llevó con él, dándome la espalda, haciendo que me sintiera un despojo. En esos momentos incluso llegué a creer que lo era. No tenía corazón, no sentía nada. No tenía nada por lo que sentir. Nada. No podía ver lo que él hacía; permanecía de espaldas, con mi corazón en sus manos, mientras yo estaba quieta, en silencio, desangrándome pero sin inmutarme. ¿Para qué? No merecía la pena, no por mí.
De repente mi corazón fue lanzado al suelo, pisoteado con rabia, con una furia desmesurada. El individuo lo volvió a coger sin delicadeza. Se acercó a mí con el paso firme pero con la cabeza agachada. El pobre capullo era un cobarde. Se posó a unos pocos centímetros delante de mí y levantó la vista.
Estaba llorando.
Sus ojos brillaban como lo hace la luna cuando el cielo está despejado y negro. Negro azabache, por ejemplo.
Me atravesó con la mirada a la vez que volvía a introducirme el corazón de un puñetazo. Un cobarde puñetazo, claro. Pero menuda fuerza tenía a pesar de ello el muy imbécil. Los próximos minutos los desperdició cosiendo la herida que no había dejado de sangrar hasta entonces. Ya tenía mi corazón, estaba destrozado, roto. Pero lo tenía. Tenía también una herida a la que le costaría cicatrizarse lo que tardaría yo en aprender a bailar bien. Es decir, una eternidad.
El individuo era Dolor, en persona y exclusivamente ante mí, desesperado porque no conseguía hacerme nada. Menudo idiota. Le había advertido con anterioridad que no sentía nada, que él no conseguiría hacerme sentir nada porque estaba como si no estuviera. El pobre se sentó mientras lloraba a mares y me dio pena. Con lo bien que me había tratado estos últimos años...
Decidí contarle lo que me ocurría y me miró intensamente, señal de que me prestaba la máxima atención que alguien pueda prestar a una insignificancia como mi ser. Le dije que Felicidad me había visitado en julio, y se quedó a mi lado durante veinte inolvidables días. Pero me abandonó transcurrido el tiempo previamente prometido, y ese día mi corazón dejó de latir con vida. Por eso no funcionaba que él me lo desgarrara, que lo destrozara y me lo devolviera. Mi corazón no era nada sin la compañía de Felicidad, la cual nunca iba a volver. Hija de su ruina... Me dejó en punto muerto, por eso le expliqué al pobre Dolor que no sentía nada, ni siquiera lo que él pudiera ofrecerme. Se largó.
Unos días más tarde volvió acompañado. Su compañera me miró la herida, que ni siquiera había empezado a cicatrizar y la acarició suavemente. Sonrió. Dolor la imitó y buscó alguna reacción en mí. Su compañera me miró.
<<Me llamo Esperanza.>>
Fue entonces cuando vi sus ojos y sonreí. Mi corazón volvió a latir. Tenía una mirada enérgica y muy poderosa. Los ojos brillaban con una belleza indescriptible y eran de color verde.
Verde azabache, por ejemplo.
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