Es difícil asimilar la pérdida de algo que nunca fue tuyo. Pero llega un momento, en un día que creías algo más lejano, en el que notas que pierdes lo que más quieres aunque nunca te haya llegado a pertenecer. No te rindes, pero dejas de intentar y empiezas a enloquecer. Te das cuenta de que ha sido tan sólo una ilusión, que te hundes en el mar de tus propias lágrimas. Pero no puedes culpar a nadie, pues nadie te prestó atención, y fuiste por ti misma a la perdición. Dicen que quien vive de ilusiones muere de decepciones y dicen bien. Porque encontrarte en la ilusión hace que te pierdas en la realidad. Y cuando vuelves, acabas recibiendo una patada en toda la cara, que la vida misma te da. Es esa patada la que te hiere sin armas y hace que tu interior arda en llamas. Llamas que te envuelven, que te queman por dentro, te vacían y aunque a veces cedan siempre vuelven. Pues son el precio a pagar por haber creído que te pertenecía algo que nunca fue tuyo. Por querer más de la cuenta y acabar contando cuentos que creíste ciertos.
Después del vacío de asimilar que ya no te queda nada, por haber perdido lo que más querías, llega la decepción, que te enseña cómo lo que estuvo a punto de caer en tus manos, acaba cayendo en otras. Manos perfectas, claro, un cuerpo totalmente diferente al tuyo, perfecto, sin ningún defecto, de rostro bonito y personalidad atractiva. Además de que contiene un corazón que hirió al tuyo tiempo atrás. Un ligero sentimiento de odio llega a tu mente, y ves cómo se cruzan las miradas de ambos cuerpos. Y el tuyo no se incluye, y eso te mata, y es entonces cuando no hay nada que te ayude. Se intercambian risas que acaban convirtiéndose en sonrisas, y el amor se acerca para dar un toque a las mismas. A ti lo único que se te acerca es la decepción, la rabia, y el maldito dolor que últimamente te frecuenta. Y sigues viendo cómo se aleja la persona que creías tuya aunque supieras que no lo era, pero, de alguna forma, tenías la ilusión de creer en el "Quizás, algún día...".
Ya no te queda nada que hacer, por lo tanto insistes en lo mismo de siempre. En intentar olvidar aunque sepas que es imposible. En intentar ocultarlo en el silencio, aunque tu rostro se vuelva sensible. Casi tanto como tu alma, la cual es cada vez más débil. Y al final ocurre...
No te rindes pero dejas de intentar.
A.F.
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